Los inkas adoraban al sol y a las montañas. En las cumbres de algunas de las más altas montañas de la cordillera de Los Andes. Especialmente desde el sur de Perú hasta el centro de Chile, se construyeron santuarios donde los inkas realizaron sus rituales como signo de poder y conquista. Estos rituales, llamados kapacocha, se hacían para pedir y agradecer a los dioses. En estas se ofrendaban figurillas de oro, plata o concha mullu, y a veces, en casos especiales, se sacrificaban niños.
El cerro El Plomo es el santuario de altura principal de la cuenca de Santiago. Tiene más de 5.000 metros de altura y se ve desde casi todo el valle. A su cumbre llegó un grupo de sacerdotes Inkas venidos desde El Cusco. Con ellos viajaba un niño de unos 9 años de la nobleza cuzqueña para ser sacrificado. Según las creencias inkas, el niño elegido para este sacrificio era muy afortunado pues era un regalo para los dioses. En un ritual realizado en la cumbre del cerro, el niño fue dejado junto a algunas ofrendas. Debido a las condiciones de frío y sequedad, este niño se momificó en forma natural conservándose por siglos hasta que un arriero lo descubrió hacia finales de la década de 1950.