En el extremo sur de Chile habitaban hasta hace 70 años atrás, dos pueblos de cazadores-recolectores marinos: los qawashqar o alacalufes, y los yámana o yaganes. El medio de transporte que utilizaban era la canoa, en la que se desplazaban por los canales y fiordos de la región. Tenían dos tipos de canoas: de corteza de árbol y de tablas cosidas.
Entre los yámana la canoa era propiedad de la mujer, ella la manejaba, y sólo en caso de peligro el hombre la ayudaba. Estas canoas tenían siempre encendida una pequeña fogata en su interior, que les servía de abrigo y para cocinar, pues realizaban en ellas largos viajes. Sobre el suelo de la canoa ponían piedras, luego tierra, y encima se hacía la fogata, así la canoa no corría peligro de encenderse. Este sistema les permitía llevar el fuego encendido al nuevo campamento.
Los aztecas fundaron la capital de su Imperio en una isla en el centro del lago Texcoco. Cientos de canoas surcaban el lago, permitiendo la comunicación con el exterior y el transporte de sus productos. Además, como la tierra era muy escasa, empezaron a habilitar terrenos de cultivo flotantes, que llaman hasta el día de hoy chinampas. Debido a esto, la ciudad se formó con una red de canales por las cuales navegaban las canoas. Algo parecido a lo que ocurre en la actual ciudad de Venecia.
Para resolver el problema de la escasez de tierras de cultivo los aztecas construyeron chinampas sobre el agua. Primero se armaban grandes balsas de madera sobre un lago, y se rellenaban con barro y ramas. Luego esta construcción se anclaba al fondo plantando árboles en sus esquinas. Esta especie de isla se rellenaba con tierra y sobre ella se sembraba. Las chinampas eran muy fértiles y permitían el cultivo de maíz, porotos, calabazas, tomates y flores. Entre una chinampa y otra se dejaban canales para el paso de las canoas.
Actualmente el gran lago Texcoco está reducido a una pequeña parte llamada Xochicalco, donde todavía se ven las chinampas de origen azteca, verdaderas islas construidas en el agua, entre las cuales hay decenas de kilómetros de canales por los cuales siguen navegando las canoas para transportar el maíz cultivado para llevarlo al mercado.
Desde la ciudad del Cuzco, capital del Imperio Inka, salían cuatro caminos que comunicaban los cuatro suyos o regiones en que estaba dividido el Tawantinsuyu. Esta red de caminos se extendía desde el norte de Ecuador hasta el valle central de Chile, pasando por todo Perú, parte de Bolivia y el norte de Argentina. Además de los cuatro caminos principales, muchas rutas secundarias unían todo el territorio del Imperio, de sierra a la costa, y del altiplano a la selva. Gracias a estos caminos podían circular hacia cualquier parte los ejércitos del Inka, los chasquis o correos, las caravanas de llamas cargadas con productos, y las personas que eran enviadas por el Imperio a trabajar a lejanos lugares. El desplazamiento era realizado a pie, por lo que para ir de un lugar a otro podían demorarse varios días. No cualquiera podía usarlos, y existían guardias que controlaban el desplazamiento de la gente.
El sistema de caminos Inkas, llamado en quechua Capac Ñam, fue un elemento fundamental para realizar el plan de conquista de los pueblos y territorios, así como para administrar un Imperio tan vasto y diverso.
El camino del Inka llegaba hasta Chile y partes de él se pueden ver todavía cerca del río Loa, de San Pedro de Atacama, y de Copiapó. El camino llegaba a la ciudad de Santiago por Colina, seguía por la avenida Independencia y continuaba por la calle Bandera (donde está nuestro Museo). Salía de Santiago al sur y atravesaba el río Maipo por donde está el actual puente de Los Morros y seguía por Alto Jahuel y la cuesta Chada.
Por los caminos del Inka circulaban los chasquis o mensajeros, hombres muy veloces que corrían entre las posadas o tambos situadas a lo largo de los caminos. A un chasqui le daban un mensaje y corría con él hasta llegar a un tambo, ahí entregaba el mensaje a otro chasqui, que estaba descansado, y éste salía corriendo con el mensaje hasta llegar al siguiente descanso, donde le pasaba el mensaje a otro corredor. De esa manera, los mensajes llegaban rápidamente de una parte a otra del Imperio, como en una carrera de “postas”. También los chasquis se encargaban de llevarle a los gobernantes pescado fresco desde la costa.
Para construir el gran camino se necesitaba mucha gente, y por ello el Inka utilizaba a los hombres de los pueblos que iban siendo dominados por el Imperio. Los caminos se construían de piedra, se hacían taludes, subían y bajaban montañas, atravesaban valles, desiertos y ríos. Para atravesar los ríos se construían puentes colgantes fabricados con grandes cuerdas trenzadas que se amarraban a grandes troncos enterrados. Todavía se hacen este tipo de puentes en algunas comunidades de Perú.
Los changos eran pescadores que vivían en la costa desértica del norte y centro de Chile a la llegada de los españoles. Ellos usaban balsas de cuero de lobo marino para pescar, para desplazarse y también las intercambiaban por otros productos. La balsa se construía con dos flotadores hechos de cuero de lobos marinos cosidos e inflados, unidos por una plataforma de madera. Sobre ella viajaban hasta cuatro navegantes. El desplazamiento se lograba por medio de un remo de doble pala. Muchas de estas balsas han sido encontradas en las provincias de Tarapacá y Atacama, desde donde se habrían difundido hacia el sur de Perú y el centro de Chile.
Los botes y embarcaciones fueron usados desde hace mucho tiempo en América. Por ejemplo, el pueblo Moche, que habitó la costa norte del Perú entre los años 1-700 d.C. usó botes de totora para pescar en el mar. Esta ilustración hecha sobre una vasija cerámica muestra uno de estos botes pescando. ¿Encuentras algo extraño en el dibujo del bote? Botes muy parecidos a este son usados todavía por los pescadores de la zona, descendientes lejanos de los moche.
Las balsas de cuero de lobo fueron usadas en el norte de Chile hasta por lo menos comienzos de 1900 para cargar salitre. Alrededor de 1945 se fabricó una de las últimas balsas en Chañaral, que todavía se conserva en el Museo Nacional de Historia Natural de Santiago. Si puedes, ¡anda a verla!
Los changos cazaban ballenas en estas frágiles balsas, utilizando arpones de punta de hueso a cuyo extremo amarraban un cordel de cuero. Cuando avistaban a las ballenas, varias balsas eran echadas al mar, remaban hasta ella, la rodeaban y comenzaban a arponearla. Por supuesto, era una actividad muy peligrosa, como lo muestra este dibujo. Estas cacerías quedaron registradas en las pinturas hechas en las rocas de la quebrada El Médano, al norte de Taltal.
En América no existía el caballo ni la rueda, por lo que tampoco existían las carretas ni animales para montar. En Mesoamérica los hombres se desplazaban caminando y transportaban los objetos en canastos sujetos a la espalda. Estos porteadores estaban acostumbrados a soportar pesadas cargas durante largos viajes. En los Andes se utilizó la llama y la alpaca para cargar bultos, pero no resistían el peso de un hombre. Por los distintos espacios geográficos de los Andes se desplazaban caravanas de llamas cargando sus productos. Por otro lado, en distintos lugares de América existieron medios de transporte marítimo, como canoas y balsas.
Las llamas fueron domesticadas hace más de 4 mil años por el hombre andino. Con el paso del tiempo, los pueblos que vivían en el altiplano y la puna de los Andes se transformaron en pastores de llamas y las utilizaron como alimento y como animales de transporte. Durante la cultura Tiwanaku, cuyo centro se encontraba a orillas del lago Titicaca, en Bolivia, fue muy importante el intercambio de productos alimenticios, materias primas y también de ideas religiosas. Este comercio era realizado a través de caravanas de llamas cargadas que atravesaban la cordillera y el altiplano llevando distintas mercaderías desde lugares muy distantes entre sí. Desde Tiwanaku salían caravanas cargadas con cerámicas decoradas y vasos ceremoniales, que llegaban a San Pedro de Atacama, donde eran utilizados en rituales. La caravana volvía a Tiwanaku cargada de piedras semipreciosas y metales. El tráfico de las caravanas de llamas era muy intenso.
Mesoamérica se llama al área cultural que incluye a los actuales países de México, Guatemala y parte de Honduras y El Salvador. Allí vivieron en tiempos prehispánicos muchos pueblos distintos que compartían características similares en su forma de vivir y entender el mundo. Esta gran área puede dividirse en dos grandes ambientes geográficos: las tierras altas (altiplano y montañas) y las tierras bajas (costas y selvas). En las tierras altas se encuentran los minerales y en las tierras bajas hay cacao, aves de plumajes multicolores, caimanes y jaguares. Así, los pueblos mesoamericanos fueron intercambiando recursos para abastecerse de aquellos que no tenían. Por ejemplo, los pueblos que vivían en las tierras altas comenzaron a intercambiar piedra de obsidiana por plumas de colores con los de las tierras bajas, y así se fue formando una red de rutas por las que la gente se desplazaba con sus productos de un lado a otro. Desde la época de los olmecas, estas rutas de comercio unían grandes distancias, que se hacían a pie.