Se conocen unas treinta campanas como la de la fotografía, todas encontradas en el noroeste de Argentina. Fueron hechas por los miembros de la cultura Santa María, entre los años 1200 y 1470 d.C. Son de bronce y es común que tengan dibujos de cabezas cortadas, tal como se aprecia en la parte inferior de esta campana. Debido a ello se cree que estaban relacionadas a los rituales de sacrificio en que cortaban cabezas, una práctica común en las culturas andinas prehispánicas. El sonido de las campanas es bastante potente, escuchándose algunas de ellas hasta a un kilómetro de distancia.
Los moche (costa norte de Perú, 1-700 d.C.) desarrollaron la metalurgia y crearon verdaderas obras maestras, como máscaras, adornos, objetos rituales, etc. También hicieron sonajas metálicas, de un sonido fuerte y penetrante, como las que usaban los guerreros colgadas a la cintura, o de un sonido suave y brillante, como las que ponían sobre los bastones de mando de los dignatarios y cetros de los chamanes.
El siku, también llamado zampoña, es la “flauta de pan” típica de los Andes, y tiene su origen en algún lugar de los Andes Centrales (Perú, Bolivia) hace más de 7.000 años. Es el instrumento musical más importante de las sociedades prehispánicas y se han encontrado gran cantidad de ellos desde Panamá hasta el norte de Chile. Está construido con cañas de distintos tamaños que al ser soplados dan sonidos distintos. Tiene una manera de ser tocado muy especial, de a pares. Cada instrumento tiene algunas notas y para tocar una melodía dos o más personas deben ponerse de acuerdo y tocar alternadamente las notas que correspondan. Los sikus se tocan en orquestas llamadas sikuriadas, formadas por entre 10 y 250 músicos. Es común que en las fiestas rituales aymaras del norte de Chile y de Bolivia se encuentren varias de estas bandas y toquen simultáneamente, en una especie de competencia sonora, para ver quien toca mejor y más fuerte.
América era antes de la llegada de los españoles un continente en que su desarrollo musical estuvo marcado principalmente por las flautas. Había flautas de cerámica, piedra, madera, caña y hueso, y de muchas formas (simples, dobles, triples, cuádruples). Ellas fueron los instrumentos musicales más importantes. Un tipo especial de flautas son las antaras, que fueron inventadas en la costa sur del Perú por los músicos de la cultura Parakas, hace más de 2.000 años. Estas flautas eran de cerámica y consistían de varios tubos de distinto tamaño pegados uno al otro. El diseño interior de cada tubo tenía diferentes diámetros, lo que les permitía obtener un acorde disonante, muy preciado por la estética de los pueblos sur andinos. Se han encontrado gran cantidad de estas flautas en las culturas Parakas, Nasca, Tiwanaku, San Pedro, Diaguita y Aconcagua. En la zona que habitó la cultura Aconcagua, en el centro de Chile, se continúa usando un tipo de estas flautas llamada “flauta de chino”, la que desciende de las antiguas antaras, y conserva el mismo sonido precolombino.
Las enormes conchas de los caracoles strombus tuvieron un gran valor ritual y simbólico para las culturas andinas. Fueron utilizadas para fabricar trompetas cortas y también se reprodujeron elaboradamente en cerámica. Estas trompetas producen graves y potentes sonidos, y probablemente se tocaban en rituales de fertilidad agraria, acompañando los sonidos del mar, la lluvia y el trueno. También se usaron en la guerra, seguramente para amedrentar a los enemigos. El uso de los caracoles se ha mantenido hasta la actualidad, y puede observarse en algunos pueblos andinos para la celebración de carnaval.
En la fotografía se puede ver una copia en cerámica de un caracol strombus, hecha por los alfareros Moche, quienes con mucha maestría los reproducían, incluso haciéndoles el espiral interno.
Entre los objetos encontrados en las tumbas de algunos chamanes de la cultura San Pedro de Atacama, aparecen hermosas trompetas, como la de la fotografía, construidas con trozos de huesos ensamblados y piel de quirquincho. Estas trompetas fueron encontradas junto a los elementos rituales del chamán: tabletas y tubos para aspirar polvos alucinógenos y hachas rituales, por lo que debieron formar parte importante de las ceremonias que realizaba.
El o la chamán mapuche canta invocando a los espíritus, acompañado del golpe de su kultrún, tambor que sitúa muy cerca de su rostro, para que la gran intensidad de su sonido haga vibrar su cuerpo hasta hacerlo entrar en trance. Entonces puede comunicarse con los espíritus y preguntarles por la causa de la enfermedad que aqueja al paciente y el remedio que deberá administrarle. El kultrún es un instrumento mágico, y en su superficie está pintado el diseño simbólico del universo, por el cual el chamán viaja cada vez que lo toca. En su interior tiene plumas, semillas, piedras de poder y la voz de la machi, quien ha gritado en su interior antes de poner el cuero.
La música era un elemento muy importante en las fiestas y actividades religiosas aztecas. El Teponaztli es un tambor de madera que se usaba en ceremonias, y era importante en la enseñanza de los jóvenes sacerdotes. Este tambor está hecho de un tronco del árbol teponaztli ahuecado, y tiene dos lengüetas que se percuten con palillos terminados en caucho. Este hermoso ejemplar está finamente tallado con un ser acuclillado con características humanas y animales.
Los aztecas hacían grandes rituales colectivos para honrar a sus divinidades, y en ellos la música y la danza eran fundamentales. Dedicaban mucho tiempo a los ensayos para que sus danzas y músicas fueran perfectas. Así lo cuenta un español que hace 500 años estuvo en uno de esos rituales:
“…a pesar de que a veces concurrieran tres mil, a veces cuatro mil o más hombres, todos cantaban el mismo canto con la misma voz y con la misma danza y compás del cuerpo, y de cada una de sus partes, respondiendo y concertando con los temas mismos en modo maravilloso…”
Nadie podía fallar un movimiento en la danza o un sonido en la música, pues esto perturbaría a los dioses, quienes, atentos y regocijados, escuchaban y observaban a sus criaturas. El castigo por esa falta podía llegar incluso a la muerte.
¿Te imaginas lo impresionante que debe haber sido estar en Tenochtitlán y encontrarse con miles de personas vistiendo hermosos trajes con plumas, pieles de jaguares y cuerpos pintados? Imagina a todos cantando y danzando en medio de las pirámides, mientras sobre una de ellas le sacaban el corazón a un prisionero y lo ofrecían a los dioses.
Los músicos y artesanos de la cultura Chorrera de Ecuador, inventaron las “botellas silbatos”, que son vasijas de cerámica con un complicado sistema de sonido. La pieza de la fotografía es una botella doble. Sus dos cuerpos están conectados por un delgado conducto y unidos por un asa, llamada por su forma, “asa puente”. Para que suene el instrumento, hay que echarle agua e inclinarlo, entonces la presión del agua hace sonar un silbato muy agudo, penetrante y continuo, reproduciendo de esta forma los trinos y gorjeos del ave representada sobre el techo de la casa. Cuando varios jarros se tocan juntos se produce una combinación de sonidos armónicos, que crean melodías fantasmas ¡que nadie está tocando! Se cree que estos jarros eran utilizados para rituales y ceremonias y que su sonido inducía a los participantes a alcanzar un estado de trance.
La música en el mundo precolombino se encontraba presente en todas las ceremonias y actividades, incluidas la guerra y la cacería. Cumplía una función muy importante en el chamanismo pues a través de sus melodías repetitivas era posible conseguir el estado de trance necesario para la comunicación con los espíritus. Por supuesto, existía también la música tocada por el placer estético y para la entretención.
En América se tocaba un estilo de música muy distinta a la europea, que es la que tradicionalmente escuchamos en la actualidad. En este continente había otro sistema estético, otros gustos, otros parámetros culturales. Por ejemplo, dos zampoñas muy bien afinadas según el criterio andino, están desafinadas para el criterio de la música europea. En América precolombina no era tan importante la melodía ni el ritmo, si no el timbre, es decir, el sonido del instrumento. Se tocaban melodías repetitivas, por eso los españoles las encontraban monótonas.