Uno de los centros precolombinos que alcanzó mayor desarrollo en sus expresiones estéticas fue Veraguas, (1400–1500 d.C.) en Panamá. Dentro de la metalurgia se destacan las técnicas para el trabajo del oro. Son muy comunes las representaciones de garzas, monos, tortugas, ciervos, murciélagos, cangrejos, tiburones, sapos, lagartos, serpientes, pez raya y jaguar. Esta pieza es de oro y muestra a un guacamayo en actitud de vuelo. Los espirales que tiene a la altura de las orejas se han encontrado en muchas piezas de pájaros, por lo que se supone hay una relación entre este motivo y el vuelo de las aves.
En América existieron distintas técnicas para trabajar el metal, que fueron desarrolladas por distintas culturas. Una de las técnicas más usadas en la metalurgia andina fue la del laminado. Para esto se utilizó yunques y martillos hechos de piedra volcánica de gran dureza. Todo objeto laminado se empezaba a fabricar a partir de un lingote de metal, que se iba martillando y aplastando hasta lograr una lámina con el grosor y tamaño deseados. A partir de estas láminas los orfebres creaban distintos objetos, como máscaras, sonajas, vasos, etc.
Los orfebres andinos desarrollaron la técnica de cera perdida para fabricar objetos metálicos que tenían detalles escultóricos o decorativos complicados. Esta técnica consistió en realizar un modelo de la pieza deseada que el artesano hacía con cera. Luego el modelo se cubría con capas de arcilla dejando un canal de cera, por donde se vertiría el metal. Luego de secarse se ponía al fuego, la cera se hacía líquida y podía ser retirada, y la arcilla se cocía y adquiría la solidez necesaria para su posterior manipuleo. Así, el artesano disponía de un molde que en su interior tenía todos los detalles que había hecho en su modelo de cera. El metal fundido era vertido por el canal del molde. Luego de la solidificación del metal, el artesano rompía el molde de arcilla, y obtenía la pieza metálica de su interior.
En la cultura moche, de la costa norte del actual Perú, (100-800d.C.) se enterraba a los grandes señores con ricas máscaras de cobre, a las que habitualmente ponían narigueras, tocados de plumas de colores y conchas blancas en los ojos. A través de estas máscaras se pretendía conservar la imagen del rostro del muerto, para que éste siguiera viviendo en la muerte. Además, las máscaras daban un aspecto impresionante al difunto, quien estaba acompañado de un rico ajuar funerario de piezas metálicas. La máscara de la foto, que ahora se ve de color verde, probablemente era de color rojizo cuando fue puesta sobre el rostro del muerto, debido a que al oxidarse, el cobre se pone verde. Es posible que esta máscara tuviera adornos, como conchas y aros, que se extraviaron.
La metalurgia, el arte de extraer y producir metales a partir de los minerales, se desarrolló en los Andes hacia el año 1.500 a.C. en el territorio de los actuales Perú y Bolivia. Luego se extendió hacia Chile, Argentina, Ecuador y Colombia. El oro fue el primer metal trabajado en los Andes, pero el cobre fue fundamental para que el pueblo andino desarrollara una de las tecnologías metalúrgicas más sofisticadas del mundo. El cobre fue la base para las aleaciones (combinaciones) de cobre y arsénico, cobre y estaño, cobre y plata y cobre y oro.
En los Andes los metales no tuvieron un uso utilitario en la guerra y el transporte, como en el resto del mundo. Los metales desempeñaron un papel importante en los ámbitos simbólico y ritual. El brillo y color de los metales eran propiedades muy valoradas por los pueblos andinos. Algunos de los objetos metálicos fabricados fueron: narigueras, aros, pectorales, tocados, insignias de mandos, máscaras, figurillas, recipientes, campanas, sonajeras, pinzas etc., las que servían para comunicar información religiosa, política y social.
Aleación es la combinación de dos o más metales. Ésta se obtiene fundiendo los metales y juntándolos cuando aún están líquidos. La aleación más antigua conocida en los Andes es la del cobre con plata. Los pueblos andinos también desarrollaron la aleación de cobre con oro, llamada tumbaga. Las aleaciones de cobre con oro y cobre con plata se usaron para confeccionar objetos que por fuera parecían de oro o plata, pero por dentro estaban compuestos por gran parte de cobre. Cuando un lingote de tumbaga era martillado para obtener una lámina delgada de metal, se perdía el cobre de la superficie al oxidarse con el aire, éste lo desprendían, y así emergía el oro del interior quedando la superficie de la pieza dorada. Si se martillaba un lingote de cobre con plata, la lámina quedaba plateada por fuera. Esto se hacía porque para los pueblos andinos lo importante era el color y el brillo de la superficie del objeto, y no su materialidad interna. Además, desarrollaron otros tipos de aleaciones, como el bronce arsenical (cobre con arsénico) y bronce estañífero (cobre con estaño).
En Europa el descubrimiento de la metalurgia produjo una verdadera revolución llamada Edad del Bronce, seguida por la Edad del Hierro, en las que se produjo un profundo cambio cultural en los pueblos, que agregaron este material a su uso doméstico, agrícola, ritual y bélico. Se hicieron ruedas, puntas de lanzas, armaduras, herramientas agrícolas, entre otros objetos.
En América se logró un desarrollo sofisticado de la metalurgia pero no produjo un gran cambio como en el Viejo Mundo. Las propiedades punzantes y cortantes de las dagas, espadas y cuchillos fueron muy efectivas en la guerra europea, mientras que en las batallas andinas estas propiedades no tuvieron tanta importancia, ya que los golpes de los mazos de piedra y el uso de hondas y lanzas era lo central en el combate, por lo que el metal no otorgaba ninguna ventaja. En los Andes, las armaduras eran hechas con gruesas cotas de algodón, los cascos y escudos eran de madera y textil. Estas armaduras eran tan eficientes que los soldados españoles cambiaron sus pesadas armaduras de metal por éstas. Sin embargo, en los Andes fue muy importante el uso de cuchillos ceremoniales de metal, llamados tumi, que eran usados en algunos rituales para cortar cabezas.
No se sabe con certeza, pero es probable que mientras los hombres buscaban piedras o rocas, encontraron minerales que les llamaron la atención por los atractivos colores o el brillo metálico con que éstos se presentan en la naturaleza. Estos minerales fueron utilizados como adornos o como pigmentos de pinturas. Seguramente al intentar trabajar una de estas piedras y golpearla, en vez de fragmentarse, sólo se deformaba, lo que junto con el sonido especial que producía, debió llamar la atención de estos primeros mineros. Este debió ser el caso del cobre, oro y plata nativa, los que en estado natural poseen estas características de maleabilidad. Luego, conociendo que la arcilla cambiaba de condición al someterla a altas temperaturas para fabricar cerámica, debieron aplicar este mismo principio para transformar los minerales en metal, iniciando el proceso de fundición. Así, el hombre debió haber comenzado a desarrollar la metalurgia en los Andes, encontrando en este material diversas propiedades como la maleabilidad (el material se deforma) y la ductibilidad (capacidad para ser deformado plásticamente, ser estirado sin fracturarse ni quebrarse).
Para los inkas el oro representaba el sudor del sol, y la plata las lágrimas de la luna. Una de las cosas que más impresionaron a los españoles que llegaron a los Andes, fue la elegancia y riqueza de los palacios y templos Inkas. Según cuentan los españoles, había jardines de la realeza llenos de plantas, flores y animales de tamaño natural, todo modelado en oro o en plata. Durante el imperio Inka los metales jugaron un papel importante como elementos que ayudaron a crear y reforzar las diferencias sociales al interior de las comunidades. El Inka hacía regalos a los dirigentes locales, que consistían en diversos objetos metálicos utilitarios y de prestigio, tales como espejos, pectorales, tumi o cuchillos, prendedores o tupu, adornos e insignias. Estos objetos de bronce, plata u oro, eran usados como signos de poder político y de lealtad hacia el Inka. Muchos de estos objetos acompañaban a su dueño a la otra vida.
Cuando los españoles llegaron a América se encontraron con los imperios Inka y Azteca. Ambos imperios fabricaban hermosos objetos de oro y plata. La mayoría de estas piezas fueron fundidas por los españoles y enviadas a al rey de España. Los europeos que llegaron a América no supieron apreciar la belleza ni el significado que tenían los objetos metálicos fabricados por los orfebres precolombinos, y pusieron su atención en el metal como moneda de cambio, es por ello que fundieron las piezas y se llevaron los lingotes. Sin embargo, se llevaron una gran sorpresa, pues al fundirlos se dieron cuenta que no tenían ni mucho oro ni plata, ya que estaban prácticamente hechos de cobre.
Alrededor del año 1000 a.C., el arte de la metalurgia comenzó a expandirse desde los Andes de Sudamérica hacia el norte del continente. A través de las rutas de comercio, pasando por Panamá y Costa Rica, este arte llegó a México. Allí, alrededor del año 1000 d.C., los mixtecos de Oaxaca desarrollaron los primeros centros metalúrgicos, donde produjeron objetos de cobre y bronce. Estos orfebres fabricaban piezas en que combinaban el oro con cristales, turquesas y jade. Ellos fueron quienes llevaron el arte de la metalurgia a Tenochtitlán, la capital Azteca. Al igual que en Sudamérica, fundían los metales en hornos que calentaban soplando con tubos, como muestra la imagen de un códice Azteca.
A pesar que la mayoría de las piezas de oro y plata aztecas desaparecieron pues los españoles a su llegada a América las fundieron, algunas han sobrevivido, como la orejera azteca de oro que se muestra en esta fotografía.
Los primeros objetos de cobre en los Andes se fabricaron de cobre nativo. El cobre nativo era fácil de extraer y podía ser directamente martillado para obtener láminas con las que se hacían distintos objetos. Como el cobre nativo era escaso se dieron cuenta que el cobre también se encontraba en la tierra con menor pureza. Era extraído y llevado de las minas a los lugares de fundición, donde se construían hornos de piedra llamados huairas (viento, en quechua), ubicados en lugares despejados o en altura para aprovechar el viento que levantaba la temperatura y permitía fundir el mineral. Las altas temperaturas que superaban los 1000°C podían obtenerse también soplando las aberturas de los hornos con unas largas cañas. En la fundición se separaba el cobre de los otros minerales, y con moldes de piedra o cerámica se producían ya sea, lingotes que eran utilizados para fabricar diversos objetos o la pieza con la forma definitiva.
En 1899 se encontró un hombre momificado de manera natural en una mina de cobre de Chuquicamata, en el desierto de Atacama, norte de Chile. Este hombre era un minero atacameño que estaba trabajando en un pique cuando un derrumbe lo dejó atrapado y murió por asfixia hace 1400 años. Se le ha llamado “el hombre de cobre”, ya que todo su cuerpo se encontraba cubierto con el mineral de cobre que se le adhirió con el paso de los siglos. Este minero tenía su cabeza deformada intencionalmente y una larga cabellera peinada con múltiples trenzas. Junto a él se encontraron sus herramientas: martillos de piedra, palas de piedra y madera, palos, cestos y una bolsa de cuero de llama para transportar el mineral. Actualmente esta momia se encuentra en el Museo de Historia Natural de Nueva York. ¡Imáginate, la famosa mina de Chuquicamata era ya conocida y explotada por los indígenas atacameños hace más de 1400 años!
Aleación es la combinación de dos o más metales. Ésta se obtiene fundiendo los metales y juntándolos cuando aún están líquidos. La aleación más antigua conocida en los Andes es la del cobre con plata. Los pueblos andinos también desarrollaron la aleación de cobre con oro, llamada tumbaga. Las aleaciones de cobre con oro y cobre con plata se usaron para confeccionar objetos que por fuera parecían de oro o plata, pero por dentro estaban compuestos por gran parte de cobre. Cuando un lingote de tumbaga era martillado para obtener una lámina delgada de metal, se perdía el cobre de la superficie al oxidarse con el aire, éste lo desprendían, y así emergía el oro del interior quedando la superficie de la pieza dorada. Si se martillaba un lingote de cobre con plata, la lámina quedaba plateada por fuera. Esto se hacía porque para los pueblos andinos lo importante era el color y el brillo de la superficie del objeto, y no su materialidad interna. Además, desarrollaron otros tipos de aleaciones, como el bronce arsenical (cobre con arsénico) y bronce estañífero (cobre con estaño).
En el noroeste argentino, las culturas Aguada y Santa María fabricaron discos metálicos, algunos de los cuales tienen más de 30 cm de diámetro y casi 3 kg de peso. La mayoría tiene decoraciones en relieve, con motivos de serpientes, felinos, rostros humanos y figuras antropomorfas. En algunos casos, se aplicaron pinturas sobre parte de los motivos. No se sabe el uso y el significado de estos discos, pero algunas perforaciones en los bordes indican que seguramente se colgaban. La forma de los discos, las decoraciones de cabezas cortadas y felinos, junto a la importancia del brillo en los Andes hacen suponer que eran usados en rituales asociados al sol.
El disco de la fotografía es de bronce estañífero (cobre con estaño) y está decorado con un personaje que tiene un tumi a cada lado.
La metalurgia de la región de Diquís, (900-1.550 d.C.) en el litoral pacífico de Costa Rica, produjo cientos de joyas: pendientes, diademas, collares, máscaras y adornos para ser aplicados sobre la vestimenta. Los arqueólogos creen que las figuras de oro del período Diquis tardío representan animales especialmente seleccionados por sus conductas predatorias. Es el caso del lagarto, un habitante de los ríos, un cazador implacable. Este lagarto bicéfalo aparece marcado por la ferocidad y es representado con una serpiente atrapada entre sus fauces. Esta pieza, que puede estar relacionada al tránsito entre la vida y la muerte, está hecha de cobre y oro, es decir, tumbaga.