El zorro ha sido representado en las culturas andinas en cerámica, textiles y metales. Está asociado a los alimentos y a la fertilidad y se cree que él fue quien trajo las semillas de las plantas a la tierra. Aparece retratado en muchos cuentos y leyendas de los pueblos americanos, asociado a su astucia, mala intención y mala suerte. Por ejemplo, una leyenda andina cuenta que un zorro se enamoró de la luna y para tenerla a su lado subió al cielo, la abrazó y quedó pegada a ella. Por eso en las manchas de la luna es posible ver la cara de este zorro. En quechua, la lengua de los inka, zorro se dice atoq, que significa astuto.
Los antiguos andinos asociaban al zorro con los alimentos, ya que este animal ahuyenta a los roedores y aves de los campos de cultivos. Las personas que cuidaban los sembríos se vestían con una piel de zorro sobre la cabeza y eran llamados parianes. Este dibujo hecho por el cronista Guamán Poma de Ayala en 1600 muestra a uno de ellos.
Cuando el hombre llegó a América existían algunos animales que luego, con el pasar de los milenios, desaparecieron. Algunos de éstos eran: el mastodonte, el tigre dientes de sable, el milodón, el caballo americano, el bisonte gigante, el lobo horrendo, el camello americano, y el mamut. Ellos se extinguieron debido a cambios climáticos que hubo en América hace más de 10 mil años, así como al mejoramiento de las técnicas de caza del hombre.
El mamut imperial era un gigantesco animal de cuatro metros y medio de altura con colmillos el doble más largo que el actual elefante, y era similar al mastodonte que vivía en América del Sur. ¿Te imaginas lo que era cazar uno de estos animales, con lanzas y piedras?
El caballo americano es un pariente lejano del caballo actual pero más pequeño y macizo. Los primeros americanos lo conocieron y lo cazaron pero cuando llegaron los españoles estos caballos se habían extinguido miles de años antes. Por eso cuando los españoles llegaron montados sobre sus caballos, los indígenas no tenían memoria de este animal y se sorprendieron creyendo que el hombre y el caballo eran una sola bestia, incluso, algunos pueblos pensaron que eran dioses.
El venado fue un recurso de subsistencia básico de las antiguas sociedades de cazadores y recolectores de América. Se utilizaba su carne y su cuero. En el arte Moche el venado o ciervo era representado en situaciones de caza, como se aprecia en la fotografía. Aparecen con cuerdas alrededor del cuello, igual que los prisioneros, al parecer como una metáfora de la guerra. En la cultura Moche, el venado es el único animal que aparece con características humanas. Entre los chimú, también fue representado en cacerías, tanto en la cerámica como en los textiles.
Entre los actuales huicholes del norte de México, el venado es considerado un dios pues representa al cactus divino peyote, de propiedades alucinógenas. Cuando los huicholes hacen su peregrinación anual a buscar este cactus al Wirikuta, el desierto sagrado, el chamán debe cazar con arco y flecha el primer peyote que ve. Sólo después de este acto simbólico en que el cactus es cazado como un venado, pueden comenzar a recoger el resto de los peyotes.
Las aves han sido representadas en la mayoría de las culturas americanas. Sus atributos más importantes: el poder volar, el color de las plumas y su canto, fueron observados por los pueblos americanos e incorporados en sus mitos y creencias. Algunas cualidades específicas como la extraordinaria visión del águila fueron especialmente valoradas. Lo mismo ocurrió con las plumas del quetzal, tan apreciadas por los mesoamericanos que se convirtieron en monedas de cambio.
En vasijas de cerámica de la cultura Nasca de la costa sur del Perú (100 a.C.-700 d.C.) se encuentran dibujadas distintas aves. Muchas de ellas aparecen comiendo: los colibríes succionan el néctar de las flores; las aves marinas tienen en el pico pescados o moluscos; los papagayos vuelan hacia las mazorcas de maíz, o están posados sobre ellas; las lechuzas llevan en el pico serpientes o lagartijas. Los nascas dibujaban a las aves formando parte de la cadena alimenticia, donde un animal se come a otro.
Los músicos y artesanos de la cultura Chorrera de Ecuador, inventaron las “botellas silbatos”, que son vasijas de cerámica con un complicado sistema de sonido. La pieza de la fotografía es una botella doble. Sus dos cuerpos están conectados por un delgado conducto y unidos por un asa, llamada por su forma, “asa puente”. Para que suene el instrumento, hay que echarle agua e inclinarlo, entonces la presión del agua hace sonar un silbato muy agudo, penetrante y continuo, reproduciendo de esta forma los trinos y gorjeos del ave representada sobre el techo de la casa. Cuando varios jarros se tocan juntos se produce una combinación de sonidos armónicos, que crean melodías fantasmas ¡que nadie está tocando! Se cree que estos jarros eran utilizados para rituales y ceremonias y que su sonido inducía a los participantes a alcanzar un estado de trance.
Los pájaros de origen tropical, como algunas especies de loros y guacamayos, fueron muy apreciados por las antiguas poblaciones de la costa y sierra andina. De ellos obtenían las grandes y coloridas plumas que usaron para confeccionar los más finos textiles y adornar objetos de gran prestigio, así como también para ofrendar a sus divinidades. Para obtener estas plumas tenían que establecer amplias redes de circulación e intercambio de productos con la lejana zona selvática, al otro lado de la cordillera de los Andes. Entre los inkas, era trabajo de los niños recolectar las plumas de las aves, que usaban las artesanas textiles para adornar los vestidos más delicados.
En el mundo amazónico se piensa que ciertas especies de aves son chamanes, por su habilidad para imitar a otros animales y porque se les escucha a gran distancia ocultos en la espesura de la selva. La relación de las aves con la música y el chamanismo se encuentra también en los Andes prehispánicos, expresada en los innumerables instrumentos musicales, como ocarinas y botellas-silbatos con forma de pájaros o adornados con ellos.
Los pájaros-ocarina de la fotografía pertenecen a la cultura Nasca de la costa sur del Perú (100 a.C.-700 d.C.).
Los monos han sido uno de los animales selváticos más representados en el arte Moche, Vicús y Chimú, todas culturas del norte de Perú. Entre ellos se reconoce al mono araña y al aullador, que se caracterizan por sus grandes ojos y larga cola prensil. Estos animales vivían en la selva, pero fueron llevados a la costa como mascotas. Al parecer, ocuparon un lugar importante en las creencias sobre la vida y la muerte, ya que son motivo frecuente en la cerámica funeraria. El mono también aparece con rasgos humanos en batallas rituales, representando posiblemente a algunos ancestros míticos de los hombres.
Este vaso Maya tiene la forma de un hombre con rasgos de mono y enano, posiblemente la representación simbólica de un personaje mítico. En la parte de atrás de la pieza hay una serie de glifos pintados que se refieren a este personaje como “Señor de Señores”, y también hay un relato del mundo de los dioses.
Las líneas de Nazca son un gigantesco conjunto de geoglifos dibujados en el suelo de las pampas del desierto de la costa sur de Perú. La mayoría está formada por figuras geométricas, especialmente líneas rectas, algunas de varios kilómetros de largo. Otras tienen formas de trapecios, círculos y líneas en zigzag. Un número menor representan inmensas figuras con formas de animales: el mono, el colibrí, el lagarto, la orca. Para realizar los geoglifos se retiraron las piedras oscuras que cubren el suelo, dejando a la vista el terreno natural que es de color claro.
Hay distintas interpretaciones de lo que fueron y significaron estos geoglifos para la gente del pueblo Nasca caminos sagrados, calendario astronómico, centros de culto al agua y a la fertilidad y rutas de peregrinaje. ¿Y tú, para qué crees que fueron hechos estos geoglifos?
El colibrí fue representado en las culturas Moche y Vicús del norte de Perú, y se relacionaba con las actividades chamánicas. Aparece en las cerámicas como guerrero-colibrí, luchando en batallas espirituales, muchas veces junto al guerrero-búho, contra los poderes malignos que atacan a los enfermos. Los curanderos indígenas actuales del norte de Perú consideran al colibrí un ser sobrenatural y el mejor ayudante en sus prácticas médicas. Ellos creen que las enfermedades son producidas por objetos extraños que se han introducido en el cuerpo del enfermo. El colibrí, debido a su habilidad para succionar el néctar de las flores con su pico, puede sacar estos objetos y sanar al paciente.
Las líneas de Nazca son un gigantesco conjunto de geoglifos dibujados en el suelo de las pampas del desierto de la costa sur de Perú. La mayoría está formada por figuras geométricas, especialmente líneas rectas, algunas de varios kilómetros de largo. Otras tienen formas de trapecios, círculos y líneas en zigzag. Un número menor representan inmensas figuras con formas de animales: el mono, el colibrí, el lagarto, la orca. Para realizar los geoglifos se retiraron las piedras oscuras que cubren el suelo, dejando a la vista el terreno natural que es de color claro.
Hay distintas interpretaciones de lo que fueron y significaron estos geoglifos para la gente del pueblo Nasca caminos sagrados, calendario astronómico, centros de culto al agua y a la fertilidad y rutas de peregrinaje. ¿Y tú, para qué crees que fueron hechos estos geoglifos?
El colibrí o picaflor es un ave originaria de América. Existen pocas especies, la más pequeña, de no más de 4 centímetros, y el colibrí más grande, son naturales de Chile. El colibrí que habita en el Norte Grande de Chile, conocido como sutar en lengua atacameña (kunza), está vestido de plumas verdes, naranjas, doradas y de otros hermosos colores. Por eso, los actuales atacameños creen que tiene el resplandor del oro y de las piedras preciosas. Este pajarito tiene la cualidad de vivir lo que duran las flores, manteniéndose sobre ellas moviendo velozmente sus alas, mientras se alimenta de su néctar.
Los atacameños creen que al pasar el tiempo de las flores, el colibrí se acerca a un árbol, y utilizando su pico se cuelga por un tiempo de seis meses. Al comenzar la primavera y floreciendo las plantas el colibrí vuelve a cobrar vida o despertar de aquel largo sueño de invierno. Por eso se le conoce como el pájaro que renace. Se dice que las mujeres atacameñas adelantan la resurrección de los colibríes, abrigándolos con su cuerpo, para que simbólicamente llegue pronto la primavera. Para los atacameños, el colibrí es una deidad, el sutarconti, un ser sobrenatural al que cuidan y protegen.
En la cultura Nasca del sur del Perú, el colibrí es representado de manera muy realista, por lo general, asociado a la fertilidad de las plantas, a las aguas, y a la primavera. El colibrí también fue representado en los gigantescos geoglifos de la pampa de Nazca, en vasijas de cerámica y en textiles. Posiblemente el colibrí anunciaba el inicio de la primavera y el tiempo de la germinación de los cultivos. Aparece comúnmente alimentándose del néctar de las flores.
Los felinos fueron animales muy importantes en toda América. Por sus atributos de fiereza, rapidez y agilidad, fueron, junto a las águilas y serpientes, los principales animales de la cosmogonía americana. La culturas Chavín en los Andes y Olmeca en Mesoamérica, representaron frecuentemente al felino en piedra, metal, textiles y cerámica. Estas imágenes tuvieron una gran influencia en el desarrollo del arte y la religión de los pueblos posteriores.
Los chamanes eran personas sabias que conocían la historia del pueblo, las tradiciones y las creencias, podían adivinar el futuro, eran doctores, poetas, cantores. Conocían el comportamiento y propiedades de plantas y animales, y tenían una gran influencia en los lugares en que vivían. Eran personas capaces de entrar a un estado de trance y comunicarse con el mundo de los espíritus, para pedirles consejo y sanar a los enfermos. Este estado de éxtasis era logrado con danzas, cantos y músicas repetitivas y/o tomando plantas psicotrópicas. En sus viajes mágicos eran capaces de transformarse en animales o adquirir sus poderes: la velocidad y fiereza del jaguar, o la visión del águila.
El jaguar es el felino más grande de América, llega a medir hasta 2 metros y pesa 160 kilos. Es el predador dominante de la cadena alimenticia terrestre, su cuerpo es robusto y de gran fortaleza. Posee patas grandes y filudas garras con las que atrapa a sus presas. En muchas culturas americanas el jaguar ha sido asociado con los reyes, los guerreros y los chamanes. Los chamanes deben ser fuertes y capaces de dominar a los espíritus, igual que un predador domina a su presa. En la selva amazónica, los actuales chamanes son considerados como personas especiales que tienen la posibilidad de entrar en contacto con el mundo sobrenatural, tomando los atributos del jaguar. Para esto, el chamán realiza ceremonias en que danza, toca música y consume plantas alucinógenas, logrando un estado de trance. En ese momento sus sentidos son dominados por el espíritu animal que es su compañero. Así, usa la fuerza, velocidad, visión y sagacidad del jaguar como armas para lograr sus peligrosas misiones. En muchas culturas americanas se cree que los chamanes se transforman en jaguar. Los poderes de los chamanes-jaguares pueden ser usados para hacer el bien o el mal. Así, las mismas características agresivas que pueden provocar miedo y terror en un pueblo, pueden ser consideradas como protectoras en otro.
El puma fue muy importante en la ideología del Imperio Inka, donde fue temido y divinizado por su fiereza. Los inkas lo representaron en sus textiles, en las esculturas en piedra y en la arquitectura. Según algunos arqueólogos, la ciudad del antiguo Cuzco –capital del Imperio Inka- fue diseñada siguiendo la forma de un puma, para que este animal velara por la ciudad. Aún hoy, los nombres de algunos lugares de la ciudad hacen referencia al animal, como la céntrica calle Pumakurko, que significa “columna vertebral del puma”, el barrio de Pumaqcchupan, que significa “cola de puma” o el impresionante Sacsayhuaman, nombre que aparentemente deriva de la palabra quechua que significa “cabeza moteada”.
La llama ha sido un animal muy importante en la vida de los pueblos andinos, y fue domesticada hace más de cuatro mil años. De ella obtenían lana para confeccionar ropa, carne, abono y combustible. Los pueblos precolombinos no usaron la rueda y la llama en los Andes fue el animal de carga y transporte por excelencia. Durante siglos los pastores formaron largas caravanas de llamas y viajaron con ellas cargadas de productos a través de la costa, los valles, la cordillera y el borde de la selva tropical. Además, en los rituales en que se pedía lluvia a los dioses para obtener buenas cosechas, se sacrificaban llamas a modo de ofrenda.
Los pueblos nativos del área andina desarrollaron su propia astronomía, y en el mapa que ellos han hecho del cielo nocturno reconocen a Yakana, la constelación de la llama. Esta se sitúa hacia el centro de la Vía Láctea, y es reconocida en los espacios oscuros formados por las nubes de estrellas. Se cree que allí habitan animales mitológicos asociados a las abundancia y la prosperidad.
Los manantiales son lugares sagrados en las creencias de los pastores andinos. Según ellos, desde estos agujeros de la Madre Tierra surgen las llamas y alpacas de sus rebaños. Seguramente esto es porque los pastores han observado que las llamas y alpacas producen más lana cuando se alimentan en los húmedos pastizales que rodean a los “ojos de agua”, como le llaman a los manantiales. En cierta forma, ellos creen que el pasto se transforma en lana. Por esta razón, los manantiales ocupan un lugar central en las creencias de los pastores.
Los pastores andinos actuales dicen que las aves representan el alma de las llamas, que viven en el interior de ellas y que son buenas para la fertilidad del ganado. Por eso a las llamas les ponen nombres de aves, tales como suri (avestruz), kiyu (perdiz), parina (flamenco) o wallata (ganso). En las ceremonias que hacen los pastores para pedir por el aumento de sus rebaños, suelen ofrendar pájaros embalsamados a sus divinidades.
En esta pieza de la cultura Tiwanaku se ha modelado una llama que tiene en su lomo dibujada un águila.
La serpiente se ha representado en el arte prehispánico de muchas formas, a través de todos los períodos culturales. Junto al cóndor y el felino, ha sido uno de los animales más importantes de la cosmovisión andina. Una leyenda andina relata la existencia de dos serpientes que viven bajo la tierra o Urkupacha, cuando éstas emergen a la superficie o Kay Pacha, se convierten, la primera en un inmenso río o Yacu Mama, y la segunda en un gigantesco árbol o Sacha Mama. Al ascender al cielo, Yacu Mama se transforma en el rayo y Sacha Mama en el arco iris. Ambas se relacionan con la fertilidad y la lluvia y son objetos de culto en los pueblos andinos. Esta pieza de la cultura Moche representa una serpiente con rasgos de felino, con su boca con dientes, grandes colmillos y bigotes.
La serpiente ha sido representada en muchas de las culturas andinas como una criatura fantástica, formando parte de otros animales, y de los atuendos y cabellos de hombres fantásticos. Estas dos imágenes, un textil y un grabado en piedra, pertenecen a la cultura Chavín (1000 – 400 a.C.). En ellos vemos a dos personajes con atributos animales: colmillos de jaguar y serpientes en el pelo y en el cinturón. El uso de serpientes en vez de cabello, se debe probablemente a que al igual que el pelo crece y se renueva, las serpientes cambian y renuevan su piel.
Los perros fueron los guardianes de los hogares precolombinos y de los rebaños de camélidos en los Andes. Sus habilidades instintivas permitieron entrenarlos para ayudar a la caza de guanacos y ciervos. Además, acompañaban a los muertos en su viaje al más allá. Se creía que el perro era alimento para el alma y que ayudaba a ésta a pasar los ríos para llegar al lugar de los muertos. También los perros eran criados y engordados para comérselos.
Los pueblos de los Andes precolombinos criaron una variedad muy particular de perro que se caracteriza por no tener pelo, ser generalmente de un color gris oscuro y presentar marcados pliegues en la piel, especialmente en el rostro. Las evidencias más antiguas sobre la presencia del perro calato -como se le suele llamar actualmente en Perú- se remontan a alrededor de 300 años a.C. en la costa norte de dicho país. A partir de ese momento, este perro continuará siendo un compañero habitual del hombre andino, lo que ha quedado fuertemente retratado en el arte de estos pueblos.
El cóndor, llamado apu kuntur en quechua, fue uno de los animales sagrados de los inkas. Ya que habitaba en la parte más alta del cielo, era el encargado de las rogativas de los hombres a los dioses y de traer los mensajes de éstos a la tierra. Los inkas consideraban al cóndor inmortal, símbolo de la fuerza y la inteligencia, y era el responsable de que el sol saliera cada mañana, pues con su energía lo tomaba y lo levantaba sobre las montañas. El cóndor de la fotografía pertenece a la cultura Moche del norte de Perú.
El búho fue un pájaro importante en las creencias de diversos pueblos americanos, y aún hoy se relaciona con la sabiduría y los malos augurios, esto debido a sus grandes ojos que ven en la noche, a sus hábitos nocturnos, a su grito y a su extraña capacidad de girar la cabeza completamente. Casi todas las especies cazan de noche, tienen una vista excelente y un oído aún mejor. En las culturas Moche y Vicús del norte del Perú se representa a la mujer-búho, la cual ha sido interpretada como una curandera que usaba los poderes de esta ave para sanar. También aparecen personajes guerreros vestidos con traje o rasgos de búho. Se piensa que el guerrero-búho y el guerrero-colibrí, eran importantes en las ceremonias de curación, donde combatían contra los poderes malignos que atacaban al enfermo.
Los chamanes eran personas sabias que conocían la historia del pueblo, las tradiciones y las creencias, podían adivinar el futuro, eran doctores, poetas, cantores. Conocían el comportamiento y propiedades de plantas y animales, y tenían una gran influencia en los lugares en que vivían. Eran personas capaces de entrar a un estado de trance y comunicarse con el mundo de los espíritus, para pedirles consejo y sanar a los enfermos. Este estado de éxtasis era logrado con danzas, cantos y músicas repetitivas y/o tomando plantas psicotrópicas. En sus viajes mágicos eran capaces de transformarse en animales o adquirir sus poderes: la velocidad y fiereza del jaguar, o la visión del águila.
Este búho de piedra de la cultura Mapuche es una flauta y, al mismo tiempo, una pipa. Se cree que en algunas ceremonias el chamán usaba esta piedra alternando su uso como pipa y como flauta, invocando los poderes mágicos del búho.
Para los curanderos indígenas actuales del norte de Perú, el búho simboliza los poderes y fuerzas sobrenaturales que deben ser invocados para descubrir las causas de los males. Es un ser especial que se mueve entre la sabiduría y lo macabro debido a su cercanía a los cementerios y a los antiguos lugares ceremoniales precolombinos. Por su capacidad para ver en la oscuridad, el búho es utilizado para buscar a los espíritus nocturnos que rondan estos lugares y solicitar su ayuda para curar los hechizos infligidos a sus pacientes. En la fotografía se ve una mesa ritual o altar de ceremonias usado por los actuales curanderos.